Putin, Trump y por qué los globalistas los quieren peleando. Y cómo este gran drama global afecta directamente a tus ahorros.

Fede
Putin nunca ha sacado la vista de su objetivo. Su ambición no es la hegemonía global o la conquista de Europa. Putin quiere lo que Rusia siempre ha buscado: hegemonía regional y un grupo de estados que sean un tapón en Europa oriental y Asia central que puedan sumar a la profundidad estratégica de Rusia. 

En Siria, el Gigante Euroasiático controla Tártaro, un puerto de aguas cálidas que resulta importante cuando consideras que la mayoría de los puertos rusos están congelados por varios meses cada año. 

Fue la profundidad estratégica –es decir, la capacidad de sufrir invasiones colosales y aun así poder sobrevivir gracias a la capacidad de retirarse a una posición base y extenderse a través de las líneas enemigas– lo que le permitió a Rusia vencer a Napoleón y a Hitler. Putin también está tras el respeto mínimo que normalmente generaría tal meta geoestratégica. 

Entender a Putin es así de sencillo. 

En pleno Siglo XXI, el control ruso no se obtiene por conquista o control al estilo del antiguo imperio comunista, sino que se obtiene por medio de relaciones financieras cercanas, inversión extranjera directa, zonas de libre comercio, tratados, alianzas de seguridad y una red de asociaciones que se parecen más a las versiones antiguas de la Unión Europea. 

Entonces, las intervenciones militares rusas en Crimea y Ucrania oriental no se deberían analizar como una iniciativa rusa, sino como una reacción. 

Esto, porque tomaron lugar en respuesta a los esfuerzos estadounidenses y británicos por atacar al Gigante Euroasiático a través de una puja prematura y agresiva por la adhesión de Ucrania a la OTAN. Para lograr esto, a principios de 2014 se destituyó a un aliado de Putin en Kiev. 

No digo esto para justificar las acciones de los rusos, sino para ponerlas en un contexto apropiado. El momento de incluir a Ucrania en la OTAN fue en 1999, no 2014. 

El conflicto ruso-ucraniano es solo un resultado colateral de la relación entre Estados Unidos y Rusia. Y la oposición viene sobre todo de parte de la gran élite mundial. 

La globalización se inició en la década de 1990 como una de las consecuencias del fin de la Guerra Fría y la reunificación de Alemania. Por primera vez desde 1914, Rusia, China y sus respectivos imperios podían unirse a Estados Unidos, Europa occidental y sus antiguas colonias en Latinoamérica y África en un único mercado global. 

La globalización dependía de fronteras abiertas, comercio libre, telecomunicaciones, finanzas globales, cadenas de suministro extendidas, trabajo barato y libertad en las aguas del mundo. El proceso de globalización de 1990-2007 avanzó firmemente bajo el duopolio de poder Bush-Clinton, así como de líderes con ideas similares alrededor del mundo. 

El enemigo de la globalización era el nacionalismo, pero el nacionalismo no estaba en ningún lado. 

Sin embargo, la crisis financiera de 2007-2008, causada por la codicia de la élite y su incapacidad para comprender las propiedades estadísticas del riesgo, pusieron un fin a las ganancias fáciles de la globalización. 

Por irónico que suene, a pesar de la catástrofe financiera, la globalización se aceleró en el corto plazo. La misma élite que generó el desastre ahora tenía el objetivo de “arreglar” la situación bajo el visto bueno de la Cumbre de Líderes del G20. Este rescate global comenzó con una audiencia que fue organizada apresuradamente por George W. Bush y Nicolas Sarkozy, el entonces Presidente francés, en noviembre de 2008. 

Incluso con los rescates financieros y el dinero fácil de los bancos centrales en la década posterior al desastre, el fuerte crecimiento auto-sostenible que existía previo a la crisis en realidad nunca volvió. En vez de eso, el mundo ha sufrido una recesión de diez años (recesión refiriéndose a un crecimiento económico global atrofiado y por debajo de la tendencia general), que aún vemos hoy en día. 

El bajo crecimiento que se ha generado ha sido capturado más que nada por los más adinerados, lo que llevó a la mayor disparidad de ingresos vista en más de 80 años. 

El descontento era obvio entre las poblaciones de clase media y trabajadora de las economías desarrolladas más importantes del mundo. Y este descontento mutó en acción política. El resultado de esto fue la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea –el llamado “Brexit”– la victoria de Donald Trump y el ascenso de políticos como Geert Wilders en Holanda y Marine Le Pen en Francia, entre otros. 

Y la tela que une a estos actores y movimientos políticos es el nacionalismo. 

Éste se puede definir como el deseo de poner los intereses nacionales por encima de la globalización. El nacionalismo se traduce en fronteras cerradas, restricciones al comercio libre a fin de ayudar los trabajos locales, resistir la el trabajo barato y la producción descontrolada con aranceles y asistencia de ajustes comerciales, así como rechazar acuerdos multilaterales internacionales a favor de las negociaciones bilaterales. 

Esto nos lleva al meollo de la relación Estados Unidos-Rusia. 

En términos simples, Putin y Trump son dos de los nacionalistas más poderosos del mundo. Cualquier acuerdo entre el Gigante Euroasiático y el Tío Sam es una amenaza existencial directa para los planes globalizadores. 

Esto explica los ataques histéricos y furiosos que ambos sufren por parte de la gran prensa. 

Los globalistas tienen que mantenerlos separados, a fin de tener al menos una esperanza de revivir sus planes. 

Y de la misma forma que Trump y Putin son los escuderos del nacionalismo, el Presidente Xi Jinping de China y la Canciller Angela Merkel de Alemania han salido a la luz como los escuderos del lado pro-globalización. 

Para comprender esta dinámica, es necesario considerar los roles paradójicos que juegan Xi y Merkel. 

Xi se ha posicionado a sí mismo como el principal defensor de la globalización. La realidad, sin embargo, es más compleja. 

De todos los líderes importantes del mundo, el Presidente Xi es en realidad el más nacionalista. En varias oportunidades ha puesto los intereses de China antes de los del resto del mundo, sin importarle mucho el bienestar del resto. 

No obstante, la debilidad relativa en el ejército y la economía china, así como el potencial de inestabilidad social, obligan al Tigre Asiático a cooperar con el resto del mundo en el comercio, el cambio climático y las logísticas de la cadena de suministro, todo con el objeto de crecer. Xi está en una situación paradójica: es un nacionalista hasta los huesos, pero debe llevar el estandarte globalista a fin de aspirar al sueño nacionalista de largo plazo. 

Angela Merkel, la Canciller alemana, también está en una posición paradójica, pero en el lugar opuesto al rol de Xi. 

Merkel sabe que Alemania debe recibir con los brazos abiertos a la globalización, tanto por su presión histórica tan única como la fuente de tres guerras importantes (la Guerra franco-prusiana, la Primera guerra mundial y la Segunda guerra mundial), así como por la necesidad de integración por parte de Alemania a la Unión Europea y a la Eurozona. 

Al mismo tiempo, Merkel ha adelantado sus planes de globalización al promover los intereses alemanes a través de exportaciones y trabajo externo barato. 

Oro y el ajedrez global

Para los globalistas, el mundo se divide en la lucha maniqueísta entre los nacionalistas, Trump y Putin, y los globalistas, Xi y Merkel. Puede que estas personas vean al mundo como un juego de dos equipos batiéndose el uno con el otro, pero es necesario ampliar la perspectiva para ver que el mundo de hoy en realidad es una batalla luchada por tres grupos. 

En realidad solo existen tres superpotencias reales en el mundo de hoy: Rusia, China y los Estados Unidos. Todas las otras naciones son poderes secundarios o terciarios que podrían estar o no a favor de algunas de estas tres superpotencias, pueden ser neutrales o independientes, pero que de otro modo no tienen la capacidad de imponer su voluntad sobre otros. 

Algunos analistas se podrían sorprender al ver a Rusia en la lista de las superpotencias, pero los hechos son indiscutibles: Rusia es la doceava economía más grande del mundo, tiene el territorio más grande, es uno de los tres productores de energía más importantes, cuenta con recursos naturales en abundancia (más allá del petróleo), tiene armas avanzadas y tecnología espacial, una fuerza laboral bien educada y, por supuesto, el mayor arsenal nuclear del mundo. 

El Gigante euroasiático tiene problemas importantes, incluyendo una demografía adversa, acceso limitado a los océanos, clima difícil y suelo fértil en escasez. Y sin embargo, ninguno de estos problemas merma las fortalezas nativas con las que cuenta la nación. 

Más allá de los pronósticos de mejoras en las relaciones internacionales, Putin sigue siendo el maestro del ajedrez geopolítico que siempre ha sido. 

Su plan de largo plazo involucra la acumulación de oro, desarrollo de sistemas alternativos de pago y la caída final del dólar como la divisa dominante en las reservas mundiales. 

Y esto es algo que, como ahorrista, no puedes dejar pasar. Posicionarse en oro para cubrirse del colapso del dólar es una acción que deber implementar cuanto antes. 

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